Jerarquía, heridas abiertas y tortugas sueltas

Ayer 18 de agosto se cerró el libro de pases. Y si no fuera por el caso Pedro Aquino, podríamos decir que ha sido un periodo bastante bueno para Sporting Cristal.

Llegaron nombres que, por primera vez en mucho tiempo, parecen haber sido elegidos para aportar jerarquía: Miguel Araujo, Luis Abram y el brasileño Felipe Vizeu. Refuerzos que se sienten, que han elevado el nivel competitivo y que, en el caso de Araujo, marcaron diferencia en partidos claves. Aunque, claro, lo cierto es que el verdadero golpe de autoridad no vino con esta última ventana. Vino antes. Vino en abril, cuando Cristal trajo a Paulo Autuori y este empezó a reconstruir desde el piso lo que Guillermo Farré dejó hecho escombros.

El Cristal que vemos hoy —más sólido, más convencido, más digno— no solo es resultado de los que llegaron, sino del nuevo momento que viven los que ya estaban (Martín Távara, Christopher Gonzales) y al retorno de Yoshimar Yotún. Sobre esto, la evidencia del trabajo, la existencia de una idea de juego que se hace clara partido a partido.

Todo habría sido color de rosa celeste si no fuera por lo de Pedro Aquino. Durante semanas se habló de su deseo de volver a La Florida, y ayer se confirmó su fichaje por Alianza Lima que desde hace décadas vive obsesionado con fichar todo lo que huela a Cristal. Como si en alguno de esos pases pudieran heredar la vena ganadora que ellos no saben formar en sus propios feudos.

En el fondo, da la impresión de que el fichaje de Pedro Aquino fue más una necesidad emocional del hincha que un objetivo real del comando técnico o de la dirigencia. Pero justo por eso, era clave manejarlo bien. Bastaba una llamada clara, sincera, directa. Bastaba un mensaje claro al jugador y a la hinchada. Bastaba que Julio César Uribe le diga: “Queremos pero no podemos” (aunque sea). Pero no. Uribe que, cuando no había necesidad, se paseó por cuanto medio periodístico existía para decir cosas que no sabía o de las que no estaba seguro, no tuvo el reflejo necesario para dar la cara a su gente justo cuando esta parece haberse reconciliado con el club y esta en un momento en el que quiere ver que la institución es empática con su opinión. En lugar de eso, dejó que la historia se cocine sola, que algunos se ilusionen, que se preste a rumores y videos deepfake del jugador (que algunos creadores de contenido celeste se comieron enterito). Con ese silencio expuso a un jugador de la casa, que nunca calló su cariño a la institución, al escarnio de su gente. Y que, cuando se confirmó su pase al compadre, la hinchada sienta que Cristal —otra vez— se quedó callado.

Al final, Aquino toma las decisiones que quiera tomar. El sabrá lo que hace y porqué lo hace. En lo que a nosotros compete, entendemos que no era obligatorio ficharlo. Lo obligatorio era tratar este tema con respeto. Respecto al jugador pero, sobre todo a la hinchada. Y eso no es ya una cuestión de fichajes, sino de conducción. Porque mientras el equipo en la cancha gana respeto, el club como institución sigue expuesto a estos papelones evitables.

El periodo de pases fue bueno, sí. Pero en comunicación con su propia gente, a Uribe todavía se le escapan las tortugas.

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