El reflejo más cruel

Sporting Cristal perdió 2-0 contra Universitario en el estadio Monumental y, más allá del resultado, lo que duele es lo que refleja. Porque, si en los últimos días entretuvimos la idea de que el fútbol ofrece revanchas y podíamos meternos nuevamente en la pelea de un campeonato que dimos por perdido hace muchas fechas, anoche fue como mirarnos al espejo y confirmar nuevamente que no tenemos con qué.

El local ganó bien. Nos superó en intensidad, en propuesta, en claridad. Pero sobre todo, nos ganó en convicción. Este equipo de Sporting Cristal jugó como si hubiera estado convencido (y quizá de verdad lo estuvieron) desde el mismo inicio que no iba a poder. Y no hay táctica que levante eso.

El primer tiempo fue una avalancha. No sólo por el volumen de ataque, sino por la sensación de superioridad. Universitario fue aplastante sin necesidad de ser brillante. Se adueñó del ritmo del partido y nos fue metiendo, arrinconando en cada disputa. Si el gol no llegó antes fue porque, como en partidos anteriores, la fortuna parecía que nos iba a regalar otra noche increíble. Pero, como nuestros sueños de pelear nuevamente el Apertura, fue sólo vana impresión. El primer gol llegó a los 60 luego del enésimo centro local y una pelota que encontró palo y no las manos del —otra vez sobresaliente— Diego Enriquez. Luego de eso, el local le puso calma a su vértigo y se dedicó a esperar el siguiente error rimense que llegó hacia el final del partido.

La Celeste, en cambio, ofreció poco. Apenas un par de aproximaciones aisladas, sin peso ni convicción. Nada que sorprenda. Hace rato que jugamos mal. Enfrentando partidos oficiales con un once que es una mezcla de jóvenes, improvisaciones y sobrevivientes. El mediocampo fue intrascendente. La defensa, desbordada. El ataque, inexistente. Y lo más doloroso: por momentos pareció que ni siquiera les dolía.

Las estadísticas confirman lo que se vio en la cancha: Universitario tuvo más remates, más ocasiones, más claridad. Pero lo que no dicen los números es que Cristal no se comportó como lo que es. No metió miedo, no metió presión, no metió nada. Y eso —para un club que siempre ha sido protagonista— es más preocupante que una derrota.

Porque se puede perder, claro. Pero no así. No sin alma. No con esta pasividad que ya empieza a parecer costumbre. Se puede hablar también de ausencias, de lesionados, de la falta de refuerzos y del plantel corto y sin jerarquía. Pero todo eso ya lo sabíamos. Lo dolorosamente nuevo es esta resignación que se ha instalado en el club como si fuera parte del plan.

Hoy Cristal necesita más que ganar partidos. Necesita reencontrarse a sí mismo. Porque lo que vimos anoche fue un equipo vencido desde antes de empezar. Un equipo que no supo —o no quiso— rebelarse ante su propia decadencia.

Deja un comentario