Sporting Cristal perdió 1-0 ante Universitario en un clásico que no solo molesta por el marcador sino por la confirmación de lo ya se sabía hace semanas: este equipo dejó de competir. Lo que antes indignaba, hoy apenas incomoda. Porque cuando la derrota se vuelve previsible, es claro y evidente que hay algo roto que nadie pudo arreglar hace ya bastante tiempo.
El partido tuvo dos mitades, aunque ninguna buena. En el primer tiempo, Universitario nos cedió campo y pelota, como lo hizo Deportivo Garcilaso, como lo hizo ADT, como lo hizo Alianza Atlético. La visita apostó a lo obvio: que este Cristal, cuando tiene espacio, no sabe qué hacer con él; y si se le presiona, se equivoca. La fórmula, que no le funcionó a Bustos en Cusco, le salió redonda a Jorge Fossati ayer. Nos dieron el balón y, fieles al libreto, lo manejamos sin profundidad, sin sorpresa, sin un solo remate claro al arco.
Esta quimera, esta ilusión, de jugar bien cuando te dejan jugar, cuando no te incomodan, es lo que llevó al técnico, a los dirigentes e incluso a algunos jugadores a confundirse y querer confundirnos a nosotros. Declararon al final del partido que el equipo jugó bien sin darse cuenta que jugó, sí, pero porque lo dejaron. Y lejos de ser sinceros y reconocer la humillación de que ni siquiera así pudimos hacer algo, pretenden inflar el pecho para reivindicar, como si fuera un mérito, nuestra propia incapacidad. Como si no fuéramos Sporting Cristal que, en casi setenta años, hemos conseguido la grandeza precisamente al no contarnos mentiras.
El segundo tiempo no fue un calco del anterior. Universitario confirmó sus ideas previas al partido y decidió dar un par, sólo un par, de pasitos para adelante. Cambiaron a su diez y pusieron un ocho y se adelantaron un poco. Nos disputaron un poco más la pelota en el medio campo y con ese gesto mínimo, como en las películas antiguas de kung fu en la que el enemigo hace estragos con una llave mínima que le ocupa sólo los dedos de una mano, desarmó a Sporting Cristal.
Ayer el equipo de Paulo Autuori decepcionó a muchos con excepción de a Fossati y su comando técnico. El técnico uruguayo no lo hubiera podido imaginar mejor. Planteó su partido confiando en que Sporting Cristal se enredaría en sus propias limitaciones defensivas y que eso le garantizaría un gol. Y, al minuto 8 del segundo tiempo, un nuevo error defensivo —uno más en una larga colección— definió el resultado. Cristal dejó entrar al atacante a placer, lo dejó servir, dejó que el delantero controle, se posicione y remate. Los marcamos con atención, sí, mirándolos atentamente pero sin estorbar, sin disputar, sin rechazar. Y luego fuimos testigos de su grito en un Nacional que se chocó con la realidad de un equipo que cree ser lo que no es ni ha sido ni llegará a ser.
Lo que vino después fue gratuito. Sin ideas, sin peso ofensivo, sin jerarquía, Cristal hizo como que quería pero no asustó a nadie. Autuori metió cambios como queriendo demostrar que tiraba toda la carne al asador pero sólo generó chispas. Fue lo de toda esta temporada, aderezado con una formación ininteligible: los extremos obligados a cubrir de laterales, el medio saturado de jugadores que tocan en corto sin generar nada, y la pelota retrocediendo una y otra vez esperando a ver si el rival la roba y continúa haciendo la fiesta. El técnico, que en los últimos partidos apostó por el poco talento, hoy apostó por el exceso. Llenó la cancha con los jugadores de “buen pie” creyendo que eso bastaría para que Cristal genere, aunque sea, una oportunidad clara de gol. Pero no, apenas si fuimos un equipo desordenado y frágil que lanzaba centros a un delantero inexistente esperando, quizá, que alguno de los del frente se equivoque y la cabecee a su propio arco. Sino, no se entiende.
Al final quedó la sensación ya vista antes de que este partido podría haberse jugado tres días enteros y Cristal no habría podido hacer un gol.
La derrota en este clásico confirma lo que ya sabemos: Cristal nunca encontró el rumbo en esta temporada. Una planificación desastrosa hecha por sujetos despreciables que creen que saben pero que demostraron no saber nada. Dos viejas glorias que se prestaron para ser marionetas de un pobre niño rico que cree que las cosas vienen porque se las pide a alguien. Un técnico que salió del retiro para retirarnos a nosotros. Cristal se hunde en el conformismo y la mediocridad y deja como recuerdo una temporada para el olvido que se lleva no sólo el futuro inmediato del club sino también la esperanza de que exista un mañana distinto.
Ese es el peor fracaso de la institución en un año en el que hizo del fracaso una consigna: que no podamos sacudirnos de quienes nos llevaron a esta situación.