Sporting Cristal perdió 3-2 ante ADT en Tarma y no hay forma amable de decirlo: fue un papelón. Lo que se vio hoy no es solo una derrota, es la confirmación de que este equipo ha perdido el rumbo, que juega sin ideas, sin reflejos, sin convicción y, lo más grave, sin vergüenza deportiva.
Paulo Autuori se equivocó otra vez. El equipo entró mal, sin aire ni ubicación, y el técnico volvió a mirar desde la banca como si todo le diera igual. Yoshimar Yotún volvió a quedar chico ante un partido intenso. Miguel Araujo, que antes imponía respeto, hoy fue una estaca: lento, superado, sin reacción. Luis Abram descolocado. Jesús Pretel regalando el tercer gol en una jugada que parece repetirse cada dos fechas, esa costumbre absurda de jugar hacia atrás, sin mirar, como si en la nuca tuviera ojos. Eso no es azar, es sistema. Es una instrucción. Es el reflejo de un equipo que ya no mira el arco rival porque su técnico no se lo permite.
Cristal jugó un rato, remontó, se puso 2-1 y parecía encaminar el partido. Pero después llegó la nada. Otra vez esa manía de retroceder, de dormir el balón, de no competir. Ocho jugadores dentro del área y ninguno marcando. Ocho. Y el nueve rival empuja una pelota como quien patea una toalla húmeda. Eso no es mala suerte, eso es desidia. Eso no pasa por limitaciones técnicas: pasa porque a nadie le importa lo suficiente.
Autuori, que alguna vez rescató al equipo de la ruina que dejó Guillermo Farré, hoy es parte del mismo derrumbe. Su lectura del juego es tardía, sus cambios son decorativos (al minuto 77, cuando ya no sirven para nada) y su idea de juego —si aún existe— parece ser el pase lateral y el retroceso eterno. Este Cristal no ataca, no presiona, no entusiasma. No juega.
De los últimos seis partidos, el club ha sacado apenas seis puntos. Dos empates de local (UTC y Alianza Atlético), derrotas con Cusco F.C. y ADT, un empate con Juan Pablo II College, y aquella goleada inútil a Ayacucho F.C. que no enseñó nada. Esto no es una mala racha, es una caída libre. Si los que mandan tuvieran un mínimo de pudor, alguien ya habría dado un paso al costado.
Autuori perdió la brújula, la dirigencia perdió autoridad y los jugadores perdieron vergüenza. Y mientras todos se esconden, los hinchas —una vez más— somos los únicos que seguimos ahí, preguntándonos si a alguien dentro del club todavía le importa tanto como a nosotros